Un día como hoy, pero de 1886, muere Franz Liszt en Bayreuth, Alemania.
Prodigio como compositor y pianista, además de uno de los más grandes directores de orquesta del mundo en su tiempo, su vida constituye una de las novelas más apasionantes de la historia de la música. Virtuoso sin par, se rodeó de una aureola de artista genial, violentamente escindido entre el arrebato místico y el éxtasis demoníaco.
Liszt encarna la imagen perfecta del artista romántico, fue el creador del recital de piano, el primero que se atrevió a dar un concierto entero sin el apoyo de una orquesta o de otros acompañantes, sesiones que ejecutaba de memoria. Fue también quien instauró la tradición de tocar el piano en público en posición de perfil, pues antes el concertista se enfrentaba al auditorio o le daba la espalda. Su obra para piano explotó sin precedentes todas las posibilidades técnicas del instrumento.
Creador del poema sinfónico, su gran legado radica, en parte, en haber ensanchado el lenguaje armónico y la tonalidad, y el haber preparado de esta forma la evolución del lenguaje de numerosos compositores, entre ellos Gustav Mahler.
Cuando en el conservatorio de Vienna, Mahler se da cuenta que nunca podría ser tan buen pianista como Liszt, enfocó entonces su futuro en la composición.