El 13 de Octubre de 1887, Richard Strauss presentaba su Segunda SinfonĂa en Leipzig y, a traves de Max Steinitzer (1864-1936), Strauss conociĂł a Mahler quien entonces era el segundo conductor del teatro municipal.
En esa época ambos se destacaban como sensaciones detrás del podio. Pero para todas estas similitudes, en personalidad y apariencia, los dos eran polos opuestos.
Strauss fue el dĂa de la noche de Mahler: era flaco, pálido, sensato y despreocupado, mientras que el corto y oscuro Mahler era desesperadamente mercurial y, a menudo, solitario.
Alma Mahler relata las noches pasadas con los Strauss, durante los cuales ella y Pauline de Ahna escuchaban a sus esposos discutir en la habitaciĂłn contigua. Pero tales partidos justos eran de buen espĂritu. Como recuerda Alma, “Disfrutaron hablando entre ellos, ya que nunca fueron de una sola opiniĂłn”.
Strauss y Mahler no tenĂan exactamente una amistad cálida y confusa, pero sĂ compartĂan un fuerte respeto profesional y personal por los demás. En muchos sentidos, tambiĂ©n eran bastante similares.
Ambos eran más conocidos en la vida como directores, no compositores, y eran vistos como forasteros en Viena, lo que en ese momento era casi homogéneo.
Strauss fue ridiculizado por su acento bávaro, y Mahler descubriĂł que convertirse al catolicismo no era suficiente para silenciar los murmullos sobre su origen judĂo bohemio.
Teniendo en cuenta esas mentes diferentes, no es sorprendente que la relación de los hombres sufriera frecuentes fallas de comunicación, con Mahler imaginando desaires de un Strauss muy despistado en más de una ocasión.
Afortunadamente, cuando las palabras les fallaron, ambos hombres se conectaron a travĂ©s del mismo lenguaje musical, a saber, la orquestaciĂłn gruesa y las fuerzas instrumentales expandidas de la era romántica tardĂa.
Strauss y Mahler utilizaron estas herramientas para construir trabajos imponentes y abarcadores, y admiraron enormemente la producciĂłn de cada uno.
Como director de la Ă“pera Estatal de Viena, Mahler defendiĂł las Ăłperas de Strauss, defendiendo el picante y gráfico SalomĂ© cuando los censores lo impidieron. Strauss le devolviĂł el favor programando las sinfonĂas de Mahler dondequiera que iba.
De su amigo, que iba a sobrevivirle por más de tres dĂ©cadas, Mahler dijo: “Strauss y yo hacemos un tĂşnel desde los lados opuestos de la montaña. Un dĂa nos encontraremos.”